jueves, 26 de abril de 2007

Muy de mañana

Despertó exaltado y sudoroso. Los ojos desmesuradamente abiertos, llenos sin duda, de la imagen terrible.

Pero la visión del amanecer calmó sus temores del inmediato. Le bastó mirar a través de la cortina entreabierta para constatar una vez más el triunfo de la lucidez.

Así que se puso de pie. Se frotó los ojos y miró de nuevo, como para constatar que el despertar no era también parte del sueño. Y con el ánimo y el cuerpo ligeros, fue a la ducha.

Mientras tanto, la sombra se replegó entre la pata de la cama y el costado de la mesita, relajó su oscura faz en actitud de descanso, y con voz suave, prácticamente imperceptible, musitó: “Hasta esta noche”.

sábado, 14 de abril de 2007

miércoles, 11 de abril de 2007

Algo para recordar

He aquí uno de los oscuros placeres que la red puede ofrecer a los hijos de Saturno, hinchados de atrabilis. Para quienes gustan de contemplar los abismos, aunque bien amarraditos con arnés y se inscriben al Club de los suicidas, rogando no sacar el as de corazones. Para los cínicos, ociosos, vanos, descerebrados. Para mí. El Reloj de la Muerte.
Sus creadores lo presentan como una forma lúdica para concientizar a los internautas sobre sus malos hábitos de vida -y especialmente sobre la importancia de adelgazar y dejar de fumar. Pero quien esto escribe ha obtenido del sitio una fecha qué recordar y un nuevo material para el anecdotario (Cuánto gozará la familia si anuncio este nuevo descubrimiento en la celebración de mi próximo aniversario).

Yo, que a mis veintiséis no tengo sobrepeso, pero que sí me aferro a los placeres del tabaco, partiré dentro de veintinueve años. No dudo ni un momento de la predicción, pues si ella viene de Internet ¿acaso no está científicamente comprobada?
Bien haría en exclamar como H. Simpson: "He desperdiciado la mitad de mi vida". Pero acaso me quede tiempo suficiente para reunir el dinero que pague un boleto a Glastonbury. O al menos para temblar una vez más al son de "How soon is now" en vivo. Ya saben, aquélla de los Smiths que alcanza el clímax en: "So you go and stand on your own, and you leave on your own, and you go home, and you cry and you want to die". ¡Ah!
Perdonarán mis amables tres lectores la naturaleza quejumbrosa y patética de este post. Es culpa del calentamiento global, de los puentes invisibles, del examen profesional.
Quien quiera, que anote y recuerde esta fecha. Y si es su deseo asistir al funeral, por favor no contengan sus impulsos y lleguen con regalo.





lunes, 9 de abril de 2007

Pliego petitorio

Un hogar en medio del silencio. Música suave y triste. Una noche de sueño. Equipaje y un sólo boleto. Ventanas para huir. Puertas para volver. Llanto. Caminatas sin prisas. Vino ligero. Compañía. Historias en las que me vea reflejada. Historias en las que me vea destruida. Sonrisas. Música intensa. Una noche sin miedo. Conversaciones apacibles en la mente. Fantasías a colores. Un amigo. ¡Distancia, distancia, distancia! Un nombre nuevo. Un cuerpo transparente. Alguien que escuche. Alguien que hable. Un verso. Una canción. Un recuerdo. Una razón para morir. Una razón para no hacerlo. Mi día final. Amor. Invisibilidad. Consuelo.

miércoles, 4 de abril de 2007

Los invisibles árboles de color lila

Si hay algo que lamente ahora, cuando soy punto final de una historia extraña y breve, es que mientras fui letra viva jamás miré con atención a esos omnipresentes árboles de color lila que hoy distingo como parte esencial de mi universo. Los ignoré tanto como para no saber su nombre, con el que fácilmente los hubiera convocado siempre que necesité un guiño de familiaridad o simpatía. Vi las estrellas, las fuentes y los muertos, pero nunca esos árboles de primavera, que acaso estaban ahí para reconciliarme con mi último destino de quietud.

Era joven, iba siempre muy de prisa, temiendo que cualquier breve descaso retrasara fatalmente lo que habría de venir. Era egoísta, no protegía otra cosa que mis sueños, y mi deseo, siempre puesto en otros espacios y otros tiempos, debía tornarse voluntad inexorable. Así que nunca hice mucho caso de lo puesto ante mis ojos. ¿Cómo saber que la propia cárcel del instante abría también puertas, ventanas y pasajes secretos, y que cada uno de tales puntos de fuga estaba tras de aquellos arbolillos para los que torpemente fui ciego?

Hoy, que sólo soy memoria sin cuerpo ni minutos y tal vez uno de tus recuerdos, puedo reír de mi ansiedad de antaño. No dejo de pensar que si alguna vez volviera, probablemente repetiría casi todo lo que hice. Pero la trama universal de los eventos me ordena equilibrar una existencia corporal que fue como un navío amante del vértigo. Por ello soy fantasma viejo y lento, que debe pagar una elevada deuda de sosiego. Y quizás esté condenado a no partir, hasta no contemplar al último de aquéllos vigorosos, tercos, impertinentes, dulces árboles que nunca vi en mi tiempo.




Y que vigilan el juego de los niños.















Tienden arcos para cubrir a los viajeros.




Trepan ágiles por altos edificios y se dispersan en inquietos grupos por el suelo.
























Que crecen sobre la irracionalidad y el desatino, donde la sensibilidad parecía desterrada.



Que se aman en las calles y a plena luz del día.
Forman familias.


Y en el momento de la muerte, se abrazan, y un miembro de la estirpe los acoge en su seno.

¿Acaso alguna vez los señalaste? Pudo ser durante aquéllas, mis únicas tardes de sueño. Tus dedos aconsejaban a mi frente “Descansa” y a veces lo intenté, por complacerte. Pero si los mostraste no miré, nunca miré, lo siento. Yo era capaz de maquinar aún en sueños y así quebranté todos tus intentos. ¡Si al menos hubiera visto lo que podías mostrar! Si al menos me hubiera detenido, sólo en ese momento, en ese lecho.

Más no fue así. Y ahora soy fantasma viejo y quieto, alguien que para poder mirar tuvo que hacerse invisible primero. Estoy condenado, lo sé, a no partir, hasta no contemplar al último de aquéllos fuertes, entrometidos, persistentes, hermosos árboles a los que nunca di un momento. Y quienes tampoco se irán, por cierto, hasta plagar, hundir, y disolver a esta ciudad, a la que también le llegará el día de saldar su altísima deuda de silencio.

lunes, 2 de abril de 2007

In memoriam



Yace aquí el muy extraño Sr. I.

Son pocos los que aún recuerdan sus avatares humanos.
Lo cierto es que terminó sus días como un eficiente procesador de textos.

domingo, 1 de abril de 2007

Contra los pensamientos crueles

Un artículo en el periódico me descubrió la obra del compositor estonio Arvo Pärt. Mucho le alabó el columnista en su reseña, pero lo que realmente me animó a buscar y conocer la música de Pärt fueron las palabras con las que el propio artista describe algunas de sus obras: "Son sólo ejercicios. Sirven contra los pensamientos crueles".
Cuán fácil es dejar que tales pensamientos crucen las puertas de la mente, y con cuánta naturalidad dirigimos la crueldad hacia nosotros mismos.
Quizás una composición no baste para sanar, tal vez el sortilegio funcione sólo para quien crea la obra. Lo cierto es que hay música que logra purificar y ennoblecer cualquier pensamiento.

Aquí el Da Pacem Domine, de Arvo Pärt.