jueves, 31 de mayo de 2007

Día mundial... con tabaco

Los esfuerzos más recientes de las campañas para dejar el cigarro, pretenden lograr que los fumadores nos sintamos creaturas sucias y despreciables, que no sólo se pudren por dentro, sino que infectan y malogran cuanto tienen cerca. Yo llegué a sentirme así en diversos momentos anteriores a mi primer encuentro con la nicotina; por ello, mensajes como aquél donde el padre enciende un cigarrillo y la hija pregunta "¿Me quieres matar?" no me hacen mella.
Sin embargo hay algo que me intriga y confunde, no sólo en las campañas anti-tabaco, sino en la moderna cruzada en pro de la vida saludable. Se nos invita a rechazar todos los hábitos, estilos de vida y comportamientos que atenten contra una forma de bienestar corporal y a llevar una vida tan libre de riesgos como sea posible. Y la premisa, o amenaza, que subyace tras la convocatoria es "Si no lo haces así, morirás".
Ahora bien, ¿acaso el hombre, y en general, todo ser vivo, no está en riesgo de morir desde el momento en el que nace? Uno puede pasar la vida entera sin encender un cigarro, ni usar drogas, y sin comer esas deliciosas papas fritas, cuya grasa es tan efectiva en el bloqueo de arterias, para luego morir el día menos pensado entre las llantas de una camioneta de valores. O como sabiamente dijo el Simpson mayor a su hijo Bart: "Tú podrías amanecer muerto mañana".
Claro, la reducción de los riesgos a su mínima expresión es una actitud que prolonga la vida. ¿Mas, prolongarla para qué? ¿Con qué objetivo? ¿Qué clase de vida es la que se desea prolongar? El día de hoy he leído y escuchado numerosos pronunciamientos anti-tabaco que dan cuantiosas razones para dejar de fumar. Pero ninguno me ofrece respuestas satisfactorias a estas cuestiones, ni disipa mis inquietudes en torno a la humana obstinación de simplemente vivir, aun sin saber para qué o con qué sentido se mantiene la existencia.
Nada tengo en contra de quienes se afanan por mantenerse saludables. Tampoco menosprecio a quienes no lo hacen. Tan sólo invento y escribo, pues para ello existo. Y mientras eso hago, dejo que el suave humo fluya en la atmósfera de mi cuarto, contemplo el atardecer -que gracias al horario de verano llega tarde- y pienso que si bien no pasaré de los cuarenta, no habré tampoco de preocuparme por los malos cálculos en mi pensión de vejez.

domingo, 27 de mayo de 2007

Un estado de ánimo que jamás debió escribirse

Tratándose de ti, es natural creer que cada encuentro, cada tacto gentil y cada fusión de pensamientos, serán, irremediablemente, los últimos. Es también natural sentir que todo vuelve, más no cuando lo que se va es la felicidad.

martes, 15 de mayo de 2007

Cuando no se tiene miedo

Viajar es una de las actividades que más disfruto. Y es así porque comporta en alto grado la cualidad más esencial de la vida, el movimiento. Viajar es ir, venir, encontrar, abandonar, y eventualmente llegar a un punto sin retorno. Justo de todo lo que se trata el vivir.

Este año, y en virtud de esas raras oportunidades que llegan sin que uno haga previa solicitud, he realizado sencillos viajes por esta tierra del asombro y el sobresalto que es México. Y sucedió que uno de ellos me condujo a un sorprendente, conmovedor y hermoso conjunto de fantasías.

Colores diversos para iluminar trazos persistentes. Luces y sombras describiendo la dualidad. Cuerpos que danzan, manos que interpretan, y abrazos entre generaciones que configuran el ciclo de la vida. Esta es la obra de Miguel Ángel Abascal, quien admitiendo su segunda naturaleza de creador se renombró Mágale.

Mágale nació y vivió en la ciudad de Puebla. Bajo un sol que calienta sin abrazar y un cielo en el que con frecuencia se dibujan extraordinarias formas y colores, Mágale descubrió los talentos del pintor y se adueñó de ellos. Aprendió y perfeccionó. Creció y amó. Forjó maravillosas obras del cuerpo y la fantasía. Y cuando alcanzó gran presteza en el arte de concebir y dar a luz imágenes, entregó la vista para siempre, sin por ello renunciar a su derecho de artista.

Como toda persona que de alguna forma logra comprender la vida, Mágale también tuvo sus intuiciones sobre la muerte. Apenas si las esbozó en pinturas, esculturas y escritos. Jamás las elucidó por completo, pues el enigma del fin de la existencia es algo que a cada quien le toca descifrar; acaso porque a cada quien le corresponda uno distinto. Sea como fuese, años antes de morir, Mágale parecía entender con envidiable claridad la trama y el final de la obra de su existencia:



Cuando no se tiene miedo a vivir

y no se tiene miedo a morir

encontramos la paz en nuestro diario vivir

y en el momento natural de morir.

Y morir es empezar a vivir,

en otra dimensión también en paz.


En mayo se cumple otro aniversario luctuoso de este interesante pintor mexicano, escasamente conocido en México. Y en mayo le conocí, o mejor sea decir, interactué con esa parte de su imaginación que dejara plasmada en lienzos y papeles.

Si escribiera con las intenciones del crítico, diría que su obra denota en parte la influencia de Tamayo –a quien por cierto admiraba Miguel Ángel- y que sus textos poseen un estilo aforístico, mediante el cual expresan ideas sencillas y profundas. Pero desde la perspectiva de quien llega por azar a donde no había planeado ir y ahí encuentra lo que no buscaba, sólo puedo decir que toparse con este tipo de creaciones resulta siempre una grata sorpresa. Algo así como guiño de simpatía por parte del mundo, que a un tiempo da la bienvenida y hace olvidar el miedo.


viernes, 11 de mayo de 2007

Renacimiento y destino

Me convertí por fin en la clase de ser que por naturaleza he detestado y combatido durante toda mi vida. Pero ello no representa ningún problema. Por el contrario, el hecho me otorga la oportunidad inigualable de aniquilar a un digno enemigo.

Tiempo excedente

Hoy desperté con demasiados años, más de los que alguien podría llevar a cuestas.

O acaso el hecho es que hay demasiado tiempo. Cientos de instantes que se me han venido encima tan de pronto, sin prevención alguna, sin mesura, sin remedio.

Llevo tanto encima que ya no tengo movimiento. Y hasta la felicidad, que ha sido plena como en ningún otro momento, es difícil de portar sin sobrehumano esfuerzo.

Vivo tiempo excedente, minutos que ya no puedo colmar, ni quiero. Sé que podría inventar, pero mis fantasmas ya son viejos. Sé que podría esperar, mas está exhausto mi anhelo. Termino entonces. Mutilo esa extensión de porvenir incierto. La esperanza, el temor, el ensueño, ¿qué más dan? Ya he visto consumado mi más hondo deseo. Y a concebir otro, no me arriesgo.