lunes, 16 de febrero de 2009

De los malvados y los accidentes de tránsito


"Los misántropos miserables deberíamos morir en accidentes de autobús", algo parecido afirma Dr. House en el último capítulo de la cuarta temporada. Y sin embargo sobrevivimos, mientras que a los buenos se les concede el derecho de partir.

Desde que arreglan la carpeta asfáltica en la diagonal de Patriotismo he estado al límite de fenomenales accidentes, que no han ocurrido por noble pericia ajena o bien por suerte. A causa de cruzar descuidadamente en los altos que ahora parecen opcionales, por los agujeros que se me vuelven invisibles o por mis estúpidas carreras en medio de los dinosaurios excavadores. ¿Acaso me salvaría de un acuatizaje aunque jamás he conseguido flotar?

Ello me ha puesto a pensar; me ha hecho volver a las páginas de olvidadas creencias. Si la vida depara lecciones que algunos tardamos en aprender. Si soy parte del plan exterminista del creador. Si mi mejor amigo imaginario está por volver de su imaginaria tumba para presentarme a tres fantasmas.

¿Por qué los misántropos, melancólicos malvados y agotados hasta lo infinito no morimos en accidentes de autobús o a la mitad de la diagonal de Patriotismo? Tal vez porque sería demasiado sencillo, porque nos gusta creer en un precio y en la posibilidad de pagar o por simple azar, al que no podemos dejar sin sentido.

Sí, me gusta creer que la redención existe, no para soñar con el perdón y el paraíso, sino con el día en que el portador del mal se consuma, tras saltar con él a la hoguera.

Imagen: http://www.flickr.com/photos/ramonechavarria/

Update: As you may share the feeling...




martes, 3 de febrero de 2009

De quien no podía reconstruir un mundo


Una noche decidí postergar las obligaciones de la filosofía y los placeres del sueño para leer un roman que trataba de un león y su caballero... o al contrario. Entonces vislumbré una tenue y hermosa posibilidad, de salvación y crecimiento. Acaso los caminos maltrechos del ser tuvieran como único fin el conducirme a ese páramo, donde se debatían las formas del bien y el mal.

Lo que no descubrí, empero, fue la forma de responder a ese llamado del destino. ¿Debía iniciarme en el estudio de lenguas antiguas para sumergirme en manuscritos de hace más de ocho siglos? ¿Escribir cuantiosas páginas que formaran tesis, elegantes receptáculos de polvo, para exaltar la moral de los héroes? ¿Enloquecer cual Quijote; convertirme en eco de un mundo desaparecido?

Y me preguto si cualquiera de tales quehaceres tendría un sentido. ¿Para qué enaltecer lo que ya es magnánimo? Como envolver en un odioso marco de oro al más bello de los lienzos. Por otra parte, contemplar sería mezquina honra para los versos que cantan las más bellas acciones.

Es todo ficción, ¿puede ella dar sentido a una vida no ficticia? ¿Cómo hacer piedra angular de la existencia a lo que sólo se creó para el deleite? A menos que se asuma a la vida como gozo y ello está muy lejos de probarse.

Sin embargo aún intento pensar que reconstruir mundos tiene sentido, aunque mejor sería decir convocar, pues ellos ya existen en toda su belleza y acaso únicamente falte abrir los caminos que nos lleven a arrobarnos.