jueves, 28 de mayo de 2009

Salí a comer

- Yo creo que esta vez sí se termina el mundo -sentenció la señora y profirió un nuevo elogio al agua de guanábana.
- Yo también -le respondió la dama de mayor edad sentada frente a ella, mientras lanzaba breves miradas a la televisión y a los estragos que dejara el terremoto en Honduras.
- Porque han sido tantas cosas… ¡Mira que no es gratuito!
- ¡Eso mismo le digo a Víctor! Pero, ya vez, tan cerrado él…
- Como toda la gente. Yo les digo y les digo, y ¡nadie me cree! Son muy tontos o tienen mucho miedo. Pero yo sé… ¿Te acuerdas de las profesías que pasaron el otro día en la tele? Las de…
- ¿Nostradamus?
- No… otro…
Y no recordó, y el agua de guanábana seguía exhuberante y deliciosa. Yo quise hablarle, decirle que le creía; que tenía toda la razón. ¡Al diablo con Víctor y todos los incrédulos! El mundo se termina, y está bien; lo necesitamos, lo merecemos. Pero el sol se tragaba entera a la avenida Nuevo León, el aire era demasiado denso para gastarlo en palabras y el agua de mango sabía tan dulce.

lunes, 11 de mayo de 2009

Errar errante

Balbuceos de un canto, fragmentos de un encomio. Los escupo sin juicio a un blanco frágil mientras salto entre mares.

La semana de tiempo suspendido me hizo trizas. Se llevó la soledad, la locura, los afectos. Dejó la única certeza de que no hay belleza ni heroísmo capaces de redimirnos.

Sí, yo siempre exagero ante situaciones como ésta. Más cuando en el cerebro se encienden luces que no iluminan lo excelso sino lo degradado y próximo a morir.

¿Por qué entonces sigo conduciendo sin pericia esta endeble nave que, bien sé, no se dirige a sitio alguno? ¿Por qué es tan difícil romper el pacto con la maravilla?

viernes, 8 de mayo de 2009

Navegar

Es vulgar aferrarse a un vínculo frágil. Insano atarse al lugar donde reinan los necios. Loco pretender que no duele la estulticia.
Por eso, mejor navegar en noches de tormenta; cruzar las calles sin mirar a los dos lados; dejarse besar por los niños mocosos; no mirar nunca la fecha de caducidad; tener sexo sin protección; hablar con extraños; fumar aunque ya no se pueda subir las escaleras; automedicarse, y pasar las píldoras con vino tinto.
¿A qué tanto miedo a morir? Ni el que se atrevió a prometer la eternidad dejó de pedir a cambio una vida.