martes, 13 de marzo de 2007

Estoy bien. ¿Qué tal tú? Gracias por preguntar

Desde la juventud he tenido intensos conflictos con la pieza más entrañable de la cortesía moderna, el “¿cómo estás?”. Por juventud me refiero a la edad de cuatro o cinco años y por conflictos me refiero a lo siguiente.

Era yo una prometedora alumna en esa fuente de temores, descubrimientos y primeras frustraciones sociales que nuestro sistema educativo llama “Jardín de Niños”. Pero hubo una ocasión en la que me presenté con gripe, dolor de muelas, depresión prematura, mamitis o qué se yo; el caso es que no las tenía todas conmigo.

Aquella mañana, como todas, la profesora Urrutia estaba en el zaguán para recibir a los pupilos. Tal era su misión más gloriosa, soltar a los niños del lazo materno y conducirlos afablemente por un pasillo tenebroso y hacia un patio con bancas de un naranja cegador.

Era temprano –mi madre siempre me llevaba temprano— y a tal hora del día la profesora no sólo era tan gentil como para servir de guía entre las sombras y la luz, sino que además platicaba con los pequeños. Así que aquella mañana de mi raro disgusto, la profesora Urrutia me recibió, me tomó de la mano, y mientras cruzábamos el pasillo inició su charla con un abnegado: “¿Cómo estás?” – “Mal”, respondí yo con toda naturalidad y desde lo profundo de mi desgracia de cuatro o cinco años.

Lo que siguió debió ser producto de mi fantasía, o culpa de mi delgada complexión y baja estatura. El caso es que de pronto me sentí suspendida en el aire y luego precipitada con cierto descuido a una de las bancas anaranjadas, donde los tempraneros aguardábamos el inicio de las clases.

Como dije, seguro fueron imaginaciones mías. Porque instantes después la profesora Urrutia me miraba con su aire de sabia indulgencia y me decía: “Mira hija. Eso que respondiste fue muy grosero. Porque cuando la gente pregunta ‘¿cómo estás?’ te hace un favor al preocuparse por ti. Y tu debes devolver el favor respondiendo como se debe: ‘Estoy bien, gracias, ¿y usted?’ Así es como se portan las gentes educadas”.

¡Habérmelo dicho antes! Pero si una virtud tengo es la de aprender rápido. Años después hube de ir al médico, porque mis neuronas se abrasaban con raras descargas eléctricas; y cuando él preguntó “¿Cómo estás?”, respondí “Bien, gracias, y usted”. Adulta ya, debí consultar al psicólogo, pues adquirí la extraña costumbre de dibujar escenas catastróficas en los post’its, para luego ingerirlas –leyeron bien, ingerirlas—como somníferos. Y cuando llegué a la primera sesión, el recién egresado del taller de terapia breve me preguntó “¿Cómo estás?” y yo dije “Bien, gracias”. Y cuando llamo a mis amigos a mitad de la noche, anunciando que nuestras vidas son cuentos de aventuras mal escritos, ellos preguntan siempre “¿Todo tranquilo? ¿Cómo estás?” – “Bien, todo bien”, les digo.

¡Alabado sea el adoctrinamiento preescolar! “Estoy bien. ¿Qué tal tú? Gracias, gracias por preguntar”.

PS. Algunos de los anteriores eventos y personas fueron alterados para proteger a los verdaderos participantes. Otros fueron deliberadamente inventados para proteger la reputación de mi memoria. Como premio a su paciencia, les dejo la canción que inspiró el post y cuya letra me dio el título…

Radiohead, Palo_Alto.mp3

3 comentarios:

Livi Jazmín dijo...

Eso me recuerda a mi tía política M. Dice que cuando era niña, poco antes de realizar una visita a otra casa, su mamá le dijo "te comes todo lo que te den." Tía M fue obediente y asintió cada vez que le ofrecieron alimento. Se comió todo lo que le dieron. Y terminó en cama. Pobre tía.

Itzel dijo...

Sí, también llegué a escuchar el "Te comes todo lo que sirvan", pero, extrañamente, ahí sí logré abstenerme de hacer caso.

. dijo...
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