viernes, 30 de marzo de 2007

La vida de los otros

Luego de una semana en la que el sueño no me acompañó ni por más de tres horas seguidas y en la que literalmente me dediqué a estropear todo lo que estropearse podía para luego componerlo, decidí bajar del tren de la crisis nerviosa y darme una vuelta por el cine. A medio día llegué a un multicinema en el sur de la ciudad, al que obstinadamente voy siempre, desde mi hogar en el norte. Exhibían La vida de los otros, así que decidí sumergirme en la película que le ganó el Oscar a mi querido Laberinto del fauno -querido porque se trata de un cuento fantástico y no porque ventajosamente se le tomara por un trabajo "mexicano".
Lo primero que comprendí fue la ridícula vacuidad de un reconocimiento que pretende comparar dos obras absolutamente distintas -aunque igualmente arrebatadoras y bellas- y se atreve a decir que una es mejor que otra. Quizá exagero; después de todo, si sostuviera que la consideración de las diferencias elementales deben abstenernos de comparar, con ello quizás propondría la suspensión de las valoraciones, y sobre todo e los concursos.
El punto es que son experiencias alternas, si bien acaso se complementen. Si el Laberinto presenta la benéfica irrupción de la fantasía más poderosa en una realidad desgarradora, La vida de los otros nos recuerda que uno de los motores indispensables para que la realidad evolucione son nuestros pequeños fantaseos.
Ver este filme ubicado en la Alemania Oriental de los ochentas, en los años previos a la caída del muro, fue una experiencia sobrecogedora incluso antes de que rodara la cinta. Uno se da perfecta cuenta de por qué cierta clase de obras jamás harán industria por más que quieran. Faltaban dos minutos para la hora de inicio y empecé a temer que sería la única espectadora; mas pronto advertí que una señora emergía tímidamente de un asiento del fondo, con el cual ya se había mimetizado. En los quince minutos de cortos y jocosas advertencias de apagar el celular, llegaron, a lo mucho, otras diez personas.
Pero qué más daba la desolación, ya estábamos ahí. Curiosamente, ninguno de los presentes iba en compañía. Así que desde nuestros distantes y miméticos asientos nos adentramos en solitario, precisamente a las vidas ajenas. En compañía de un espía de la Stasi, a quien por seguridad sólo referiré por su nombre clave, HGW XX/7, fuimos de la lealtad, el amor y la convicción, al absurdo, la traición y la crueldad encubierta por las apariencias de orden, que sin duda es la peor de todas. Es probable que cuando al fin se escuchó la "Sonata para un buen hombre" -compuesta especialmente para la película por el músico Gabriel Yared y pieza fundamental de trama- todos hubiéramos comprendido ya que los personajes enfrentaban un imaginario terrible que debía recomponerse, y por fortuna hubo un espíritu creador que asumió la tarea de hacerlo.
Abandoné la sala con una sensación muy parecida al contento y con la idea de que si alguna vez todos pudiéramos ser espías de otros, probablemente llegaríamos a desatar cosas terribles; pero también existiría la mínima posibilidad de que al vivir como infiltrados, recibiésemos la influencia de aquellos a quienes vigilamos y con ella la comprensión de que sus modos de ser y actuar tienen tanto derecho a existir y perpetuarse como lo tienen los nuestros.

La vida de los otros (aquí el link para los que leen alemán)
Florian Henckel von Donnersmarck
Alemania, 2006

Algo de lo mucho que se deja ver en estas vacaciones.

1 comentario:

Atitel dijo...

Hola!

Yo aun no he tenido oportunidad de ver ninguna de las dos, pero muero de ganas por hacerlo y mas ahora con lo que escribes, me quede mas con la duda de lo que me he perdido al no verlas.

Buen dia!