viernes, 26 de junio de 2009

28

Mucho se twiteó ayer en relación con el acontecimiento del día. Pero de entre todos los pésames, homenajes, reportes y colapsos de 140 caracteres, me identifiqué sólo con uno: "Ahora sí me siento bien viejo".

En realidad lo experimenté desde que los Simpsons, con quienes crecí, anunciaron su temporada veinte. Desde que Café Tacvba, que nos hizo bailar una frenética Rarotonga en la despedida de sexto de primaria, comenzó a celebrar sus veinte años. Desde que, sin mayores aspavientos, transcurren también dos décadas de la primera película que realmente disfruté, porque no había canciones cursis ni adorables princesitas que me hacían sentir más fea. En su lugar estaban una música sorprendente que te disparaba al espacio, y Michael Jackson.

Tenía ocho años cuando mi mamá me llevó a ver Moonwalker. Hoy tengo veinte más, que se sienten como elevados al cuadrado. Tenía entonces una fascinante capacidad para mentir. Hoy escribo libros de filosofía. Y fue en aquél segundo lustro de mi existencia, en medio de cómics, cuentos de Ray Bradbury, batallas galácticas y música lunar que comencé a entender lo que hasta hoy creo; que las mejores cosas
de este mundo son las que te ayudan a escapar de él.

En el año 28 hay trozos del imaginario personal que comienzan a desprenderse y a volar hacia las estancias de lo que ya no es. En la pantalla mental los bailes, las vacaciones, los besos y los cines se desdibujan, recordándonos cuan afortunados somos por no estar aquí para siempre.