jueves, 27 de diciembre de 2007

Lista de deseos

Un pase para viajar, sólo de ida.

Un recuerdo editado por los sueños.

La charla de un amigo imaginario.

La deducción fantástica de un nuevo pensamiento.

Amaneceres tibios junto a tu ventana.

Noches de luna llena que cobijen deseos.

Días de lluvia para mis pasos solitarios.

Días de sol para inventarme sonrisas.

Otros mundos. Crepúsculos. Locura. Hojas secas de otoño. Insomnio. Vientos fuertes.

Y la capacidad de amarte así, en la distancia, para extrañarte sólo cuando estás presente.


Feliz inicio de año, amables lectores. Y para su deleite, el auténtico Wishlist:



sábado, 22 de diciembre de 2007

Terribles cosas pasarán

El momento ideal para que lo peor suceda es sin duda ese en el que uno la está pasando de maravilla. El que tu mascota salte del techo el día de tu cumpleaños o que la instalación eléctrica de tu departamento haga corto circuito en Año Nuevo son los sutiles guiños que hace la vida para recordarte que la felicidad no puede ni debe ser eterna.

Por eso no detesto la Navidad, la temo. Soy uno de esos desdichados personajes que abandonan su habitual melancolía y se muestran estúpidamente felices ante la menor insinuación del espíritu navideño. Y eso no es bueno. Desde que tengo uso de razón e imaginación he vivido esta temporada con una dicha inusual para mis parámetros, pero también con la insufrible certeza de que si algo terrible y devastador habrá de sucederme en la vida, sin duda pasará en esta época.

Han pasado veintiseis años sin que nada ocurra y del hecho sólo puedo concluir que la desgracia lleva más de dos décadas reuniendo fuerzas y que se precipitará sobre mi arbolito de luces cuando esté tan henchida que ya no pueda contenerse más.

Mientras tanto, sólo me queda esperar, y mantener viva esa pequeña flama de temor a la catástrofe segura, y sonreir. Las mañanas de diciembre me traen una paz indescriptible y sus noches sólo me permiten leer y leer. Son días de placer y descaso que amo y anhelo. El momento ideal para que terribles cosas pasen...



sábado, 8 de diciembre de 2007

Aniversario

Octavo día de diciembre. Cada año, en la misma fecha, mi madre opera el mismo ritual. Despierta a una hora mucho más temprana de la usual. Se afana un momento en el disquero hasta seleccionarlos y extraerlos, con sumo cuidado, poco a poco. Bien conservados discos de acetato y uno que otro cassete. Nada digital. Hace una programación concienzuda, jamás cronológica y coloca el primero.
Yo, que hasta entonces intentaba dormir, despierto del todo cuando empiezan a entrar en mi cabeza frases como "just standing here watching the wheels go round and roud…", "all we are saying is give peace…", "you better free your mind instead" o "no religion too…" Mientras las notas suenan, mi madre considera que el primer homenaje se ha cumplido. Entonces, pausadamente, se dirige a mi habitación, y con la seguridad de que ya he despertado abre la puerta sin reservas. Mira hacia dentro, busca mis ojos, y con su eterna sonrisa dice: "¡Feliz cumpleaños!"






martes, 6 de noviembre de 2007

De un sábado sin sueño

No hay peor soledad que la del insomnio. Cuando los libros, las películas y las canciones tristes se niegan a ser por más tiempo compañía, y quien yace a un lado se ha ido hacia donde no es posible seguirlo.


martes, 30 de octubre de 2007

En el arco iris

En el arco iris no se hallará el camino a la fortuna, ni tampoco el vínculo perdido con lo eterno. En él sólo hay instantes líquidos, heridos por la luz.

En el arco iris habita todo lo que halla su virtud en el no ser, o mejor aún, en el ser ficticio, en el ser sólo para la fantasía y jamás para el mundo.

En el arco iris está el sonido fantasmal, ese que inunda el aire de los sueños. La música de los mundos subcreados, los cantos que van a morir en el recuerdo.

Y en el mundo subcreado está el hogar, el sonido fantasmal murmura el nombre verdadero, y el arco iris traza el camino hacia donde verdaderamente nos corresponde estar.


* Y ahora, amable lector, deleítese con un poco de In Rainbows:

All I Need

viernes, 26 de octubre de 2007

Quince grados

Nada que de alguna forma diera pie a la comunicación. Ni una llamada, ni un saludo, ni un guiño en la red.

Aburrido y vacío, algo perdido, consultó una vez más el estado del clima. Sabía que ningún artefacto ni sistema podía informarle mejor que sus propios sentidos -como ningún reporte vial conjuraba los embotellamientos en las mañanas ajetreadas-, pero, de vez en cuando, gozaba con ansiedad esos pequeños trozos de información que lo hacían sentir habitante de un mundo perfectamente calculado.

Quince grados. Sí, algo de frío. Por renovar el asombro, tecleó el nombre la ciudad desde donde ella escribiera la última vez. Quince grados. Sí, algo de frío. Y fue tan sorprendente advertir que aun pese a la distancia sentían lo mismo, que ya no extrañó la falta de sucesos eventuales que dieran pie a la comunicación. A la mañana siguiente despertó, encendió el ordenador e indagó el clima.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Una luz que jamás se apaga

*Breve post homenaje a una hermosa canción y a un hermoso fin de semana.

¡Adelante!, dices, y no encuentro una razón para dejar de ir a tu lado. La lluvia quiere golpear nuestras espaldas, pero es incapaz de seguir el rumbo que tomamos. Hoy no marchamos con la niebla, sino por el camino estrecho y desdibujado, que corre bajo un cielo ebrio de luz. El auto se desliza con rapidez y gentileza y los árboles que franquean la ruta inician su ilusoria carrera en reversa. ¡Cuán fácil es vivir así la deliciosa sensación de que nos alejamos!

viernes, 31 de agosto de 2007

Viernes

Hoy todos parecen saber a dónde ir. Llueve, pero la gente sonríe mientras se arremolina en torno a bares y café. Otros vuelven a casa con los que aman o extrañan, y mientras surcan ríos de tránsito, sólo piensan en el breve descanso merecido. Yo simplemente cierro los botones de mi abrigo, desacelero el paso y camino bajo lo que se siente como suave rocío.

domingo, 12 de agosto de 2007

Adiós

Fue tan breve y sencillo que ni siquiera pareció afectarle. La palabra se deslizó naturalmente desde el fondo de la garganta hasta los labios, y éstos, luego de liberarla, sonrieron sin el menor viso de tristeza ni rencor. Lo mismo creyó ver en la faz de quien lo escuchaba.

Las emociones aparecieron lentamente, al enfrentar las situaciones y objetos cotidianos. En el bolsillo de la chaqueta encontró el pase del autobús que ya no tomaría de nuevo, al menos no para dirigirse al punto de encuentro; y por un instante apenas mesurable sintió una profunda e infinita soledad.

Otro día, por exigencias de la investigación, se sumergió en las páginas de un abstruso libro que había iniciado muchas veces sin acercarse remotamente al final. Hizo una pausa para dar sorbos al café y entonces sobrevino el rapto de memoria que lo llevó a otra mañana como esa, en la que también desmenuzaba las frases una a una para extraer la comprensión anhelada, pero a su lado una respiración monótona y tranquila se alargó de pronto en un suspiro, y él cerró el libro, y no le importó dejar la verdad para otro tiempo, pues la única certeza estaba en la mirada que para encontrarlo volvía del sueño. El recuerdo se fue; y por un instante que dejó mayor impronta en el tiempo se preguntó si todo lo que necesitaba saber estaba en el fondo de aquéllos ojos inmensos.

Y ocurrió al fin que cada trozo del presente –los cigarrillos, las nubes, el cuaderno de notas, el deseo— logró infundirle cierta dosis de nostalgia. Entonces, sólo entonces, advirtió que aquélla palabra de breve y fácil pronunciación había dejado una puerta abierta, y que por ella no sólo partió esa dulce y fascinante creatura que le devolvió la última sonrisa, sino que también se fugaban los viajes y trayectos, los despertares, las risas y placeres y hasta las horas en que el distanciamiento y el final eran lo más querido; y lo que se iba no era siquiera el recuerdo, era la posibilidad de alguna vez repetirlo. Comprendió además cuán engañosas pueden ser las palabras, pues aunque adiós se escriba en cinco letras y se nombre con sólo dos sonidos, no se realiza sino hasta que por esa puerta abierta sale el último de los fantasmas despedidos.

martes, 31 de julio de 2007

Un aroma

En la húmeda noche del verano, al otro lado de la puerta, un aroma. Dulce y evocador como ninguno. Tan frágil que rasgaba la memoria.

Un aroma, la flor de jazmín. Y un torrente de imágenes fluctuantes. ¿Por qué hallándose lejos, tan lejos de la fuente, lograba percibir aquélla esencia? ¿Por qué, si ésta sólo habitaba en el jardín del tiempo, en la hondonada de un pasado que dormía en la más profunda, inalcanzable e infinita soledad?

Aun así, en la inquieta y cálida noche del verano, al otro lado de la puerta, un aroma. Y con el aroma una caricia, que rozó sus miembros como las gotas de lluvia intempestiva. Y con la caricia un transporte infinitesimal directo al Paraíso, que cada ser encuentra una vez sobre la tierra, cuando un aroma de gozo lo penetra y se ancla para siempre a sus sentidos.

miércoles, 18 de julio de 2007

¡Tenemos tanto tiempo y tan poco que hacer!

Si en algún momento llegaran a identificarse con esta frase, que con gran ingenio tergiversara Willy Wonka (Roald Dahl), he aquí un entretenido pasatiempo para espantar a la monotonía por algunos minutos.
En VisualDNA, de Imagini net, podrán definir su personalidad al elegir de entre una serie de fotografías, aquéllas que desde su perspectiva sean el mejor correlato gráfico de las ideas de arte, amor y libertad entre otras. Al final y con base en las imágenes seleccionadas, el sitio construirá su perfil con una pormenorizada descripción de ustedes mismos (pues ahora todo autoconocimiento está mediado por un test de Internet) y les dará la opción de compartir sus más oscuros recovecos interiores con ociosos y ociosas de todo el mundo. Quién quita y hasta encuentren a su media naranja y con ella nuevas formas de llenar el tiempo muerto.
Yo fui calificada de soñadora y junkie, con ligeras tendencias al romanticismo cursilón. ¿Y cómo no habría sido de este modo? si realicé la prueba mientras me recuperaba de una fenomenal desvelada, tomando mi diario litro de café y con la mayor parte de mis potencias imaginativas puestas en... en fin.
¿Alguien más está lo suficientemente desocupado para examinar su DNA visual?

martes, 26 de junio de 2007

Palabra de sombra

Le vi pasar. No a él, sino a su sombra. ¿Y no da lo mismo acaso? Estuvo ahí. De partió y sonrió, intentó amar quizás, tanto como una sombra puede hacerlo. Y yo, con toda parsimonia y sin reproches, le dije: "Te vi, estabas bien, eras feliz, pude sentirlo. Con tanta fuerza como se puede percibir a partir de la contemplación de una sombra". - "No pudo ser -respondió-. Yo viajé muy lejos, más allá del lugar donde creíste hallarme. Y a mi sombra no la dejé suelta. Conmigo la llevé, bien atada a mis plantas. Es imposible. Pero me alegra que otras efigies te hagan recordarme".
No dudé, ni de su palabra ni de mis sentidos. Cierto es que dadas las circunstancias no pude haberle visto, y cierto también es que le vi. ¿Y en quién he de confiar ahora? ¿En el ser que comprendo y palpo y cuya palabra jamás me ha desairado? ¿O en la imagen fantástica de una sombra errante que, pese a no engañar, mucho se opone al hombre vivo? Confío en los dos. Es a mí a quien temo.


* Nota: Como una forma de respeto al público, este blog no tiene risas grabadas y a partir de ahora intenta responder puntualmente a los comentarios que sus amables lectores tengan a bien dejar.

jueves, 14 de junio de 2007

La encrucijada del filósofo maniaco-depresivo

O "De como aún no supero la depresión post-tesis"


jueves, 7 de junio de 2007

Elucidación

Si la ausencia es necesaria condición para reconocer la necesidad de lo presente; comprendo entonces por qué a la base de nuestra seria coexistencia está nuestra constante lejanía.

jueves, 31 de mayo de 2007

Día mundial... con tabaco

Los esfuerzos más recientes de las campañas para dejar el cigarro, pretenden lograr que los fumadores nos sintamos creaturas sucias y despreciables, que no sólo se pudren por dentro, sino que infectan y malogran cuanto tienen cerca. Yo llegué a sentirme así en diversos momentos anteriores a mi primer encuentro con la nicotina; por ello, mensajes como aquél donde el padre enciende un cigarrillo y la hija pregunta "¿Me quieres matar?" no me hacen mella.
Sin embargo hay algo que me intriga y confunde, no sólo en las campañas anti-tabaco, sino en la moderna cruzada en pro de la vida saludable. Se nos invita a rechazar todos los hábitos, estilos de vida y comportamientos que atenten contra una forma de bienestar corporal y a llevar una vida tan libre de riesgos como sea posible. Y la premisa, o amenaza, que subyace tras la convocatoria es "Si no lo haces así, morirás".
Ahora bien, ¿acaso el hombre, y en general, todo ser vivo, no está en riesgo de morir desde el momento en el que nace? Uno puede pasar la vida entera sin encender un cigarro, ni usar drogas, y sin comer esas deliciosas papas fritas, cuya grasa es tan efectiva en el bloqueo de arterias, para luego morir el día menos pensado entre las llantas de una camioneta de valores. O como sabiamente dijo el Simpson mayor a su hijo Bart: "Tú podrías amanecer muerto mañana".
Claro, la reducción de los riesgos a su mínima expresión es una actitud que prolonga la vida. ¿Mas, prolongarla para qué? ¿Con qué objetivo? ¿Qué clase de vida es la que se desea prolongar? El día de hoy he leído y escuchado numerosos pronunciamientos anti-tabaco que dan cuantiosas razones para dejar de fumar. Pero ninguno me ofrece respuestas satisfactorias a estas cuestiones, ni disipa mis inquietudes en torno a la humana obstinación de simplemente vivir, aun sin saber para qué o con qué sentido se mantiene la existencia.
Nada tengo en contra de quienes se afanan por mantenerse saludables. Tampoco menosprecio a quienes no lo hacen. Tan sólo invento y escribo, pues para ello existo. Y mientras eso hago, dejo que el suave humo fluya en la atmósfera de mi cuarto, contemplo el atardecer -que gracias al horario de verano llega tarde- y pienso que si bien no pasaré de los cuarenta, no habré tampoco de preocuparme por los malos cálculos en mi pensión de vejez.

domingo, 27 de mayo de 2007

Un estado de ánimo que jamás debió escribirse

Tratándose de ti, es natural creer que cada encuentro, cada tacto gentil y cada fusión de pensamientos, serán, irremediablemente, los últimos. Es también natural sentir que todo vuelve, más no cuando lo que se va es la felicidad.

martes, 15 de mayo de 2007

Cuando no se tiene miedo

Viajar es una de las actividades que más disfruto. Y es así porque comporta en alto grado la cualidad más esencial de la vida, el movimiento. Viajar es ir, venir, encontrar, abandonar, y eventualmente llegar a un punto sin retorno. Justo de todo lo que se trata el vivir.

Este año, y en virtud de esas raras oportunidades que llegan sin que uno haga previa solicitud, he realizado sencillos viajes por esta tierra del asombro y el sobresalto que es México. Y sucedió que uno de ellos me condujo a un sorprendente, conmovedor y hermoso conjunto de fantasías.

Colores diversos para iluminar trazos persistentes. Luces y sombras describiendo la dualidad. Cuerpos que danzan, manos que interpretan, y abrazos entre generaciones que configuran el ciclo de la vida. Esta es la obra de Miguel Ángel Abascal, quien admitiendo su segunda naturaleza de creador se renombró Mágale.

Mágale nació y vivió en la ciudad de Puebla. Bajo un sol que calienta sin abrazar y un cielo en el que con frecuencia se dibujan extraordinarias formas y colores, Mágale descubrió los talentos del pintor y se adueñó de ellos. Aprendió y perfeccionó. Creció y amó. Forjó maravillosas obras del cuerpo y la fantasía. Y cuando alcanzó gran presteza en el arte de concebir y dar a luz imágenes, entregó la vista para siempre, sin por ello renunciar a su derecho de artista.

Como toda persona que de alguna forma logra comprender la vida, Mágale también tuvo sus intuiciones sobre la muerte. Apenas si las esbozó en pinturas, esculturas y escritos. Jamás las elucidó por completo, pues el enigma del fin de la existencia es algo que a cada quien le toca descifrar; acaso porque a cada quien le corresponda uno distinto. Sea como fuese, años antes de morir, Mágale parecía entender con envidiable claridad la trama y el final de la obra de su existencia:



Cuando no se tiene miedo a vivir

y no se tiene miedo a morir

encontramos la paz en nuestro diario vivir

y en el momento natural de morir.

Y morir es empezar a vivir,

en otra dimensión también en paz.


En mayo se cumple otro aniversario luctuoso de este interesante pintor mexicano, escasamente conocido en México. Y en mayo le conocí, o mejor sea decir, interactué con esa parte de su imaginación que dejara plasmada en lienzos y papeles.

Si escribiera con las intenciones del crítico, diría que su obra denota en parte la influencia de Tamayo –a quien por cierto admiraba Miguel Ángel- y que sus textos poseen un estilo aforístico, mediante el cual expresan ideas sencillas y profundas. Pero desde la perspectiva de quien llega por azar a donde no había planeado ir y ahí encuentra lo que no buscaba, sólo puedo decir que toparse con este tipo de creaciones resulta siempre una grata sorpresa. Algo así como guiño de simpatía por parte del mundo, que a un tiempo da la bienvenida y hace olvidar el miedo.


viernes, 11 de mayo de 2007

Renacimiento y destino

Me convertí por fin en la clase de ser que por naturaleza he detestado y combatido durante toda mi vida. Pero ello no representa ningún problema. Por el contrario, el hecho me otorga la oportunidad inigualable de aniquilar a un digno enemigo.

Tiempo excedente

Hoy desperté con demasiados años, más de los que alguien podría llevar a cuestas.

O acaso el hecho es que hay demasiado tiempo. Cientos de instantes que se me han venido encima tan de pronto, sin prevención alguna, sin mesura, sin remedio.

Llevo tanto encima que ya no tengo movimiento. Y hasta la felicidad, que ha sido plena como en ningún otro momento, es difícil de portar sin sobrehumano esfuerzo.

Vivo tiempo excedente, minutos que ya no puedo colmar, ni quiero. Sé que podría inventar, pero mis fantasmas ya son viejos. Sé que podría esperar, mas está exhausto mi anhelo. Termino entonces. Mutilo esa extensión de porvenir incierto. La esperanza, el temor, el ensueño, ¿qué más dan? Ya he visto consumado mi más hondo deseo. Y a concebir otro, no me arriesgo.

jueves, 26 de abril de 2007

Muy de mañana

Despertó exaltado y sudoroso. Los ojos desmesuradamente abiertos, llenos sin duda, de la imagen terrible.

Pero la visión del amanecer calmó sus temores del inmediato. Le bastó mirar a través de la cortina entreabierta para constatar una vez más el triunfo de la lucidez.

Así que se puso de pie. Se frotó los ojos y miró de nuevo, como para constatar que el despertar no era también parte del sueño. Y con el ánimo y el cuerpo ligeros, fue a la ducha.

Mientras tanto, la sombra se replegó entre la pata de la cama y el costado de la mesita, relajó su oscura faz en actitud de descanso, y con voz suave, prácticamente imperceptible, musitó: “Hasta esta noche”.

sábado, 14 de abril de 2007

miércoles, 11 de abril de 2007

Algo para recordar

He aquí uno de los oscuros placeres que la red puede ofrecer a los hijos de Saturno, hinchados de atrabilis. Para quienes gustan de contemplar los abismos, aunque bien amarraditos con arnés y se inscriben al Club de los suicidas, rogando no sacar el as de corazones. Para los cínicos, ociosos, vanos, descerebrados. Para mí. El Reloj de la Muerte.
Sus creadores lo presentan como una forma lúdica para concientizar a los internautas sobre sus malos hábitos de vida -y especialmente sobre la importancia de adelgazar y dejar de fumar. Pero quien esto escribe ha obtenido del sitio una fecha qué recordar y un nuevo material para el anecdotario (Cuánto gozará la familia si anuncio este nuevo descubrimiento en la celebración de mi próximo aniversario).

Yo, que a mis veintiséis no tengo sobrepeso, pero que sí me aferro a los placeres del tabaco, partiré dentro de veintinueve años. No dudo ni un momento de la predicción, pues si ella viene de Internet ¿acaso no está científicamente comprobada?
Bien haría en exclamar como H. Simpson: "He desperdiciado la mitad de mi vida". Pero acaso me quede tiempo suficiente para reunir el dinero que pague un boleto a Glastonbury. O al menos para temblar una vez más al son de "How soon is now" en vivo. Ya saben, aquélla de los Smiths que alcanza el clímax en: "So you go and stand on your own, and you leave on your own, and you go home, and you cry and you want to die". ¡Ah!
Perdonarán mis amables tres lectores la naturaleza quejumbrosa y patética de este post. Es culpa del calentamiento global, de los puentes invisibles, del examen profesional.
Quien quiera, que anote y recuerde esta fecha. Y si es su deseo asistir al funeral, por favor no contengan sus impulsos y lleguen con regalo.





lunes, 9 de abril de 2007

Pliego petitorio

Un hogar en medio del silencio. Música suave y triste. Una noche de sueño. Equipaje y un sólo boleto. Ventanas para huir. Puertas para volver. Llanto. Caminatas sin prisas. Vino ligero. Compañía. Historias en las que me vea reflejada. Historias en las que me vea destruida. Sonrisas. Música intensa. Una noche sin miedo. Conversaciones apacibles en la mente. Fantasías a colores. Un amigo. ¡Distancia, distancia, distancia! Un nombre nuevo. Un cuerpo transparente. Alguien que escuche. Alguien que hable. Un verso. Una canción. Un recuerdo. Una razón para morir. Una razón para no hacerlo. Mi día final. Amor. Invisibilidad. Consuelo.

miércoles, 4 de abril de 2007

Los invisibles árboles de color lila

Si hay algo que lamente ahora, cuando soy punto final de una historia extraña y breve, es que mientras fui letra viva jamás miré con atención a esos omnipresentes árboles de color lila que hoy distingo como parte esencial de mi universo. Los ignoré tanto como para no saber su nombre, con el que fácilmente los hubiera convocado siempre que necesité un guiño de familiaridad o simpatía. Vi las estrellas, las fuentes y los muertos, pero nunca esos árboles de primavera, que acaso estaban ahí para reconciliarme con mi último destino de quietud.

Era joven, iba siempre muy de prisa, temiendo que cualquier breve descaso retrasara fatalmente lo que habría de venir. Era egoísta, no protegía otra cosa que mis sueños, y mi deseo, siempre puesto en otros espacios y otros tiempos, debía tornarse voluntad inexorable. Así que nunca hice mucho caso de lo puesto ante mis ojos. ¿Cómo saber que la propia cárcel del instante abría también puertas, ventanas y pasajes secretos, y que cada uno de tales puntos de fuga estaba tras de aquellos arbolillos para los que torpemente fui ciego?

Hoy, que sólo soy memoria sin cuerpo ni minutos y tal vez uno de tus recuerdos, puedo reír de mi ansiedad de antaño. No dejo de pensar que si alguna vez volviera, probablemente repetiría casi todo lo que hice. Pero la trama universal de los eventos me ordena equilibrar una existencia corporal que fue como un navío amante del vértigo. Por ello soy fantasma viejo y lento, que debe pagar una elevada deuda de sosiego. Y quizás esté condenado a no partir, hasta no contemplar al último de aquéllos vigorosos, tercos, impertinentes, dulces árboles que nunca vi en mi tiempo.




Y que vigilan el juego de los niños.















Tienden arcos para cubrir a los viajeros.




Trepan ágiles por altos edificios y se dispersan en inquietos grupos por el suelo.
























Que crecen sobre la irracionalidad y el desatino, donde la sensibilidad parecía desterrada.



Que se aman en las calles y a plena luz del día.
Forman familias.


Y en el momento de la muerte, se abrazan, y un miembro de la estirpe los acoge en su seno.

¿Acaso alguna vez los señalaste? Pudo ser durante aquéllas, mis únicas tardes de sueño. Tus dedos aconsejaban a mi frente “Descansa” y a veces lo intenté, por complacerte. Pero si los mostraste no miré, nunca miré, lo siento. Yo era capaz de maquinar aún en sueños y así quebranté todos tus intentos. ¡Si al menos hubiera visto lo que podías mostrar! Si al menos me hubiera detenido, sólo en ese momento, en ese lecho.

Más no fue así. Y ahora soy fantasma viejo y quieto, alguien que para poder mirar tuvo que hacerse invisible primero. Estoy condenado, lo sé, a no partir, hasta no contemplar al último de aquéllos fuertes, entrometidos, persistentes, hermosos árboles a los que nunca di un momento. Y quienes tampoco se irán, por cierto, hasta plagar, hundir, y disolver a esta ciudad, a la que también le llegará el día de saldar su altísima deuda de silencio.

lunes, 2 de abril de 2007

In memoriam



Yace aquí el muy extraño Sr. I.

Son pocos los que aún recuerdan sus avatares humanos.
Lo cierto es que terminó sus días como un eficiente procesador de textos.

domingo, 1 de abril de 2007

Contra los pensamientos crueles

Un artículo en el periódico me descubrió la obra del compositor estonio Arvo Pärt. Mucho le alabó el columnista en su reseña, pero lo que realmente me animó a buscar y conocer la música de Pärt fueron las palabras con las que el propio artista describe algunas de sus obras: "Son sólo ejercicios. Sirven contra los pensamientos crueles".
Cuán fácil es dejar que tales pensamientos crucen las puertas de la mente, y con cuánta naturalidad dirigimos la crueldad hacia nosotros mismos.
Quizás una composición no baste para sanar, tal vez el sortilegio funcione sólo para quien crea la obra. Lo cierto es que hay música que logra purificar y ennoblecer cualquier pensamiento.

Aquí el Da Pacem Domine, de Arvo Pärt.

viernes, 30 de marzo de 2007

La vida de los otros

Luego de una semana en la que el sueño no me acompañó ni por más de tres horas seguidas y en la que literalmente me dediqué a estropear todo lo que estropearse podía para luego componerlo, decidí bajar del tren de la crisis nerviosa y darme una vuelta por el cine. A medio día llegué a un multicinema en el sur de la ciudad, al que obstinadamente voy siempre, desde mi hogar en el norte. Exhibían La vida de los otros, así que decidí sumergirme en la película que le ganó el Oscar a mi querido Laberinto del fauno -querido porque se trata de un cuento fantástico y no porque ventajosamente se le tomara por un trabajo "mexicano".
Lo primero que comprendí fue la ridícula vacuidad de un reconocimiento que pretende comparar dos obras absolutamente distintas -aunque igualmente arrebatadoras y bellas- y se atreve a decir que una es mejor que otra. Quizá exagero; después de todo, si sostuviera que la consideración de las diferencias elementales deben abstenernos de comparar, con ello quizás propondría la suspensión de las valoraciones, y sobre todo e los concursos.
El punto es que son experiencias alternas, si bien acaso se complementen. Si el Laberinto presenta la benéfica irrupción de la fantasía más poderosa en una realidad desgarradora, La vida de los otros nos recuerda que uno de los motores indispensables para que la realidad evolucione son nuestros pequeños fantaseos.
Ver este filme ubicado en la Alemania Oriental de los ochentas, en los años previos a la caída del muro, fue una experiencia sobrecogedora incluso antes de que rodara la cinta. Uno se da perfecta cuenta de por qué cierta clase de obras jamás harán industria por más que quieran. Faltaban dos minutos para la hora de inicio y empecé a temer que sería la única espectadora; mas pronto advertí que una señora emergía tímidamente de un asiento del fondo, con el cual ya se había mimetizado. En los quince minutos de cortos y jocosas advertencias de apagar el celular, llegaron, a lo mucho, otras diez personas.
Pero qué más daba la desolación, ya estábamos ahí. Curiosamente, ninguno de los presentes iba en compañía. Así que desde nuestros distantes y miméticos asientos nos adentramos en solitario, precisamente a las vidas ajenas. En compañía de un espía de la Stasi, a quien por seguridad sólo referiré por su nombre clave, HGW XX/7, fuimos de la lealtad, el amor y la convicción, al absurdo, la traición y la crueldad encubierta por las apariencias de orden, que sin duda es la peor de todas. Es probable que cuando al fin se escuchó la "Sonata para un buen hombre" -compuesta especialmente para la película por el músico Gabriel Yared y pieza fundamental de trama- todos hubiéramos comprendido ya que los personajes enfrentaban un imaginario terrible que debía recomponerse, y por fortuna hubo un espíritu creador que asumió la tarea de hacerlo.
Abandoné la sala con una sensación muy parecida al contento y con la idea de que si alguna vez todos pudiéramos ser espías de otros, probablemente llegaríamos a desatar cosas terribles; pero también existiría la mínima posibilidad de que al vivir como infiltrados, recibiésemos la influencia de aquellos a quienes vigilamos y con ella la comprensión de que sus modos de ser y actuar tienen tanto derecho a existir y perpetuarse como lo tienen los nuestros.

La vida de los otros (aquí el link para los que leen alemán)
Florian Henckel von Donnersmarck
Alemania, 2006

Algo de lo mucho que se deja ver en estas vacaciones.

domingo, 25 de marzo de 2007

Enemigo imaginario

Cruzaba la calle rumbo al café de siempre y entonces lo vi ahí, justo afuera de la tienda de espejos. Fingí absoluta inconciencia y seguí adelante, pero no había rebasado la zapatería -lo que no hacía ni la mitad de mi camino- cuando debí admitir la situación en toda su gravedad. El infeliz iba tras de mí, obligándome a enfrentar su presencia cada vez que miraba por sobre mi hombro para ver si al fin lo había perdido.
No había persona en el mundo a la que odiase más. ¿Por qué? Lo ignoro. ¿Y quién sabe con exactitud lo que nos mueve a detestar a un ser humano hasta el punto de querer exterminarle, o bien a quererle con irremediable celo? El caso es que aquél hombre de ojillos mustios, espalda encorvada y caminar errático me parecía la creatura más repulsiva de la tierra y en ese día funesto maldije mi suerte una vez más, pues mi destino, al parecer, era encontrarlo dondequiera que fuese.
Doblamos la esquina del café juntos. Así lo digo, porque ahora prácticamente iba a mi lado. No pude soportarlo más. Me di la vuelta para encararlo y sin contener la ira pregunté:
- "¿Qué haces aquí? ¿Cómo es que te atreves a seguirme?"
Debió murmurar algo, pues noté con claridad que sus labios se movían. Pero lo hizo en un tono tan bajo que no escuché. ¡Diablo apocado!
- "¿Nada contestas? -repliqué- Andas conmigo el camino entero para ver cómo tu presencia me vuelve loco, y cuando al fin te increpo no haces más que balbucear. ¿Por qué no gritas de una vez todo tu odio? ¡Hazlo! Al menos ten el valor de herir como un hombre, y no de fastidiar como un insecto.
Si lo hubieras visto entonces, comprenderías porque debí hacer lo que hice luego. Seguía moviendo los labios sin emitir ningún sonido. Pero esto fue lo peor, ¡empezó a copiar mis gestos! ¿Qué ser humano, dime, hubiera soportado eso, ver que su peor enemigo se convertía en su reflejo? Fuera de mí por completo, me deshice en improperios y reclamos.
- "¡Miserable! -aullé- ¡Fuera de mi vista! ¿No ves lo que me haces? ¡Siempre tú, al acecho, a mi lado! Tú. ¡El que arrancó de mis manos la fortuna, la dicha, la tranquilidad, la única oportunidad de amar!"
Una locura, quizás, ¿mas no habrías hecho tú lo mismo? El monstruo seguía representando su odiosa pantomima. ¿Tanto le divertía burlarse de mí, en vez de enfrentarme? ¡Pues no lo haría ni un segundo más! En mi auxilio vino la oportuna presencia de un adoquín flojo que se desprendió por completo al menor movimiento de mi pie. Lo levanté con presteza y en un segundo volaba directo a su rostro. Jamás entenderás la dicha que invadió mi ánimo, ni lo ligero que se volvió mi cuerpo, cuando su imagen, mil veces maldita, salto en pedazos, junto con el ventanal izquierdo de la cafetería.
Agradecido, como el que deja la cama luego de una larga y penosa enfermedad; fresco y atento como quien despierta de un reconfortante sueño; así crucé la puerta del establecimiento. Me dirigí a la barra, pedí un café cargado, encendí un cigarrillo, y así, con la tranquilidad del homicida, me senté a esperar a quienes habrían de llevarme preso.

viernes, 23 de marzo de 2007

Casa de signos

Hoy no pude llevar mi cuerpo más allá de la habitación donde soñamos juntos. Mis dedos no lograron deslizarse por los espacios vacíos hasta encontrarte. Mi garganta fue incapaz de abrirse y liberar las voces que quizás te harían aguardar.
Hoy desperté en una casa de signos, donde solo hay historias para calmar la sed. Mi alimento son los versos que han crecido en todas las paredes, mis miembros son fragmentos de una historia extensa y gris y tú eres el discurso hermoso y verdadero que ocasionalmente trastorna mi solitario disertar y hace saltar en pedazos mi silencio.
¿Pero cómo respirar, y sudar, y desgastarse? ¿Cómo avanzar un poco más hacia el último día? ¿Cómo tocar, y hacer sentir, y amar, si hoy sólo me sostienen las palabras?

martes, 20 de marzo de 2007

Pruebas de talento

El primero en notarlo fue mi padre. Un día, mientras vigilaba mis accidentados intentos por invadir a cañonazos una portería solitaria, me dijo: "Cuando crezcas serás un elemento líquido y amorfo. Tal vez lava, o... ¡mejor aún! ¡tinta púrpura!" No lo entendí, así que seguí jugando.
En secundaria llegó el día de las pruebas de aptitud. Desayuné ligero, como recomendaron los maestros, y al responder llené completamente los círculos. Semanas después fui a la oficina del orientador para conocer los resultados. -"¿Qué quieres ser?" - Me preguntó - "Guionista de cine"
- Respondí de inmediato - "¿Guionista? Vamos a ver..." - Y con las yemas de los dedos analizó los resultados. - "¿No preferirías algo más... fluido" - continúo - ¿Qué te parece... pintura? ¡Serías extraordinario como pintura verde!
Y hace un par de días, en la entrevista de trabajo: "Su trayectoria laboral es impresionante Licenciado L. ¡Tanta juventud y experiencia reunidas en un solo individuo! Lamentablemente usted no tiene la consistencia requerida para el puesto. Necesitamos un cimiento firme y sólido y usted literalmente se diluye y extiende sobre mi silla de piel... ¡Pero claro! ¡Aguarde un minuto! Precisamente ha quedado libre una vacante de recubrimiento de techos.
Así que mi destino está escrito. Soy una sustancia líquida, dens
a y expansible que tiñe de negro. Ni tinta, para no seguir a pie juntillas la voluntad de mi padre, ni pintura, para contravenir las expectativas del profesor. Tampoco acepté el puesto de recubrimiento.
Me contento, pues, con descansar mi emulsionada naturaleza en una trampilla bajo el escritorio del que antes fuera mi estudio de guionista. Cuando quiero salir, me abrazo primero a los maderos del piso y subo, penetrando sus moléculas. Luego, cual sombra, engullo las cortinas hasta llegar a la ventana y me filtro por la esquina de vidrio roto. Y de ahí, a expandirse y a permear lo que sea; el suave pelaje de un gato, los flexibles poros de una hoja de papel, la plasticidad indomable, pero no siempre invencible, de un vestido de noche. ¡Ah! ¡Qué dicha infinita la de ser al fin color!

* Inspirado en un post que me condujo a interacciones aún más inspiradoras.



sábado, 17 de marzo de 2007

El baúl de los disfraces (1)

Naturaleza dotó a cada una de sus creaturas con las armas y los talentos necesarios para sobrevivir en un mundo que habría de mostrarse, por lo menos, indiferente a su suerte. A unas les entregó garras y dientes, a otras, gruesos pelajes o ásperas pieles, y a muchas más les confirió la extraordinaria belleza que gana todos los favores, afectos y placeres. Pero a quienes no concedió ni esas ni otras gracias, les reveló el arte del disfraz, para que así copiaran y revistieran la virtud predilecta, y jamás mostraran a los demás vivientes su vacío primordial.
Yo soy uno de esos seres y éste es uno, el más inusual, de mis muchos disfraces.


martes, 13 de marzo de 2007

Estoy bien. ¿Qué tal tú? Gracias por preguntar

Desde la juventud he tenido intensos conflictos con la pieza más entrañable de la cortesía moderna, el “¿cómo estás?”. Por juventud me refiero a la edad de cuatro o cinco años y por conflictos me refiero a lo siguiente.

Era yo una prometedora alumna en esa fuente de temores, descubrimientos y primeras frustraciones sociales que nuestro sistema educativo llama “Jardín de Niños”. Pero hubo una ocasión en la que me presenté con gripe, dolor de muelas, depresión prematura, mamitis o qué se yo; el caso es que no las tenía todas conmigo.

Aquella mañana, como todas, la profesora Urrutia estaba en el zaguán para recibir a los pupilos. Tal era su misión más gloriosa, soltar a los niños del lazo materno y conducirlos afablemente por un pasillo tenebroso y hacia un patio con bancas de un naranja cegador.

Era temprano –mi madre siempre me llevaba temprano— y a tal hora del día la profesora no sólo era tan gentil como para servir de guía entre las sombras y la luz, sino que además platicaba con los pequeños. Así que aquella mañana de mi raro disgusto, la profesora Urrutia me recibió, me tomó de la mano, y mientras cruzábamos el pasillo inició su charla con un abnegado: “¿Cómo estás?” – “Mal”, respondí yo con toda naturalidad y desde lo profundo de mi desgracia de cuatro o cinco años.

Lo que siguió debió ser producto de mi fantasía, o culpa de mi delgada complexión y baja estatura. El caso es que de pronto me sentí suspendida en el aire y luego precipitada con cierto descuido a una de las bancas anaranjadas, donde los tempraneros aguardábamos el inicio de las clases.

Como dije, seguro fueron imaginaciones mías. Porque instantes después la profesora Urrutia me miraba con su aire de sabia indulgencia y me decía: “Mira hija. Eso que respondiste fue muy grosero. Porque cuando la gente pregunta ‘¿cómo estás?’ te hace un favor al preocuparse por ti. Y tu debes devolver el favor respondiendo como se debe: ‘Estoy bien, gracias, ¿y usted?’ Así es como se portan las gentes educadas”.

¡Habérmelo dicho antes! Pero si una virtud tengo es la de aprender rápido. Años después hube de ir al médico, porque mis neuronas se abrasaban con raras descargas eléctricas; y cuando él preguntó “¿Cómo estás?”, respondí “Bien, gracias, y usted”. Adulta ya, debí consultar al psicólogo, pues adquirí la extraña costumbre de dibujar escenas catastróficas en los post’its, para luego ingerirlas –leyeron bien, ingerirlas—como somníferos. Y cuando llegué a la primera sesión, el recién egresado del taller de terapia breve me preguntó “¿Cómo estás?” y yo dije “Bien, gracias”. Y cuando llamo a mis amigos a mitad de la noche, anunciando que nuestras vidas son cuentos de aventuras mal escritos, ellos preguntan siempre “¿Todo tranquilo? ¿Cómo estás?” – “Bien, todo bien”, les digo.

¡Alabado sea el adoctrinamiento preescolar! “Estoy bien. ¿Qué tal tú? Gracias, gracias por preguntar”.

PS. Algunos de los anteriores eventos y personas fueron alterados para proteger a los verdaderos participantes. Otros fueron deliberadamente inventados para proteger la reputación de mi memoria. Como premio a su paciencia, les dejo la canción que inspiró el post y cuya letra me dio el título…

Radiohead, Palo_Alto.mp3

domingo, 11 de marzo de 2007

Tiempo congelado

¡Qué días los del tiempo congelado! Cuando el sol amenazaba con jamás ponerse. Cuando parecía que aquel río nunca mudaría sus aguas y que por una eternidad te bañarías en ellas. En esos días te sentabas frente a la ventana y tus ojos querían llorar por la inmovilidad del pasaje. Pero tu cuerpo inerte no fluía llanto alguno y la tristeza también se hacía de piedra.
¿Qué preguntabas entonces? ¿Qué pedías? Seguramente anhelabas una imagen del futuro que te dejara ver si en veinte años, si en ciento veinte, si en mil, tú seguirías ahí sentado, contemplando una vida suspendida y preguntando cuándo vendría el cambio avasallador a esparcir tus cenizas, tal como el viento deshace un castillo de arena.
Te llenabas luego de temor: "¿Será el cambio una fantasía más de la razón humana? Pues en mi rostro la felicidad no ha hecho surcos, ni ha teñido a mis cabellos la experiencia; y ese dolor primigenio que me arrojó al mundo se resiste a crecer hasta llegar al punto de volverse alegría. Devenir eterno, ley del mundo, ¿por qué te has olvidado de regirme?"
Y en vano tratabas de implorar. En aquellos días del tiempo congelado no sabías que tus ruegos también eran estatuas. Pero ignorabas, de igual forma, que dentro de muy poco, un huracán arrasaría tus costas quietas. El viento te arrancaría de tu silla y tu ventana y las olas te abrazarían en su incesante bamboleo. E irías al fondo del mar, a los linderos del cielo, contra las rocas, y al vientre de la ballena. Y estarías exhausto, y confundido, y desgarrado, y feliz.
Pero en aquellos días, ¿cómo ibas a saberlo? Si faltaban las ráfagas, los truenos, las heridas, que despertaran por fin al tiempo congelado.

viernes, 9 de marzo de 2007

Las increíbles aventuras del hombre invisible

He aquí la primera entrega de Las increíbles aventuras del hombre invisible, la serie gráfica con el diseño más rudimentario que alguna vez se haya visto y que se inspira en mis frenéticos y accidentados recorridos por esta ciudad no apta para individuos aislados. Y ahora, sin más, disfruten del primer capítulo


DE PASEO...




miércoles, 7 de marzo de 2007

"We hate it when our friends become successful"

(La expresión es de Mozz y sin duda mueve a pensar)

Alguna vez fui el más solitario de los pequeños. Pero en cierta ocasión conocí a un niño imaginario. Ingenioso, divertido, gentil, sincero. Eso y más era él, y así se lo hacía saber constantemente. Pero debí hablar demasiado, supongo, porque un día se puso serio y preguntó: "Si soy tan maravilloso como dices, ¿por qué mi único amigo es un niño triste y ordinario como tú? Por favor, no te sientas ofendido. ¿Pero no crees que yo sería más feliz en la fantasía de un chico sobresaliente y talentoso? Tal vez un futuro artista que me plasmara en sus creaciones y me volviera inolvidable. O quizás un genio ¡que hallara la fórmula para volverme real!" - No supe como responder a tales cuestionamientos y lo dejé ir.

Alguna vez fui el más solitario de los adolescentes. Pero un día Sandy Loignorotodo se acercó mientras yo vagaba distraído por el patio escolar, tocó mis dedos huesudos con los suyos, tan tersos, y me dio un beso. "¿Qué hacer ahora?" - me dije - ¿Debía llamarla, sentarme junto a ella, invitarla a salir? Después de varias semanas reuniendo valor, asumí que haría todo lo dicho. Pero no bien me coloqué tras de ella y rocé los holanes de su vestido naranja, cuando fui enviado directo al basurero, por cortesía de Norberto Siemprelaspuede. Los muchachos de la escuela rieron por días y comentaron cuán estúpido había sido al tratar de hablar con una chica como esa. Tiempo después supe que Sandy atravesó por un periodo de demencia temporal en el que además de besar al más solitario de los adolescentes, también estrelló la cabeza de su hermanito contra el piso de la regadera.

Algunas veces soy el más solitario de los hombres. Pero con frecuencia ocurren cosas que me indican lo contrario. Por ejemplo, cuando Sambrano me llama para decir: "Eres brillante, no sólo has aclarado por completo mis dudas, sino que harás el resto del trabajo por mí. ¡Eres un gran amigo!" Y yo le creo mientras se marcha en su Corvet. O cuando Alisa exclama: "¡Caray! Pero si me pareces tan apuesto cada vez que bebo ¿Por qué nunca salimos? ¡Eres tan buen partido!" Y yo le creo cuando se marcha del brazo de Sambrano. Así que, después de todo, tal vez no sea el más solitario. Porque recuerdo la sinceridad, y el beso, y los halagos, y todas esas cosas que únicamente los hombres intercambian entre sí. Cosas que para mí se han ido, pero entiendo por qué. En verdad a nadie recrimino por alejarse; más le reprocho el que alguna vez llegara.

martes, 6 de marzo de 2007

Anti-Optimismo para iniciar la semana

(Sí, a veces inicio la semana en martes.)


LA VIDA SE ABRE CAMINO





LA MUERTE, TAMBIÉN...


domingo, 4 de marzo de 2007

Cuestionamientos domingueros

Hasta hoy pude ver El laberinto del fauno. Es muy probable que sobre la cinta ya se haya escrito demasiado, así que me limitaré a referir la pregunta que ha torturado mis neuronas desde que salí del cine: ¿Por qué a mí nadie me advirtió que dejara de leer cuentos de hadas cuando ello fue pertinente?
No es que ahora me crea el heredero de un reino subterráneo, ni que tenga por refugio un laberinto infestado de creaturas diminutas --si bien mi apartamento se parece un poco a esto--, pero no dejo de pensar que si hubiese abandonado a tiempo a los elfos y los dragones, ahora tendría una vida más útil y productiva, como la de un médico, un contador o un ejecutivo bancario.

Ya jamás lo sabré, y todo porque no tuve una madre como la de Ofelia, sino una que me obsequió esta libreta de doscientas hojas a rayas y gruesas pastas color azul melancolía, cuando le dije que me convertiría en escritor.
En fin, de nada valen los reproches. Y a veces se me ocurre algo extraño y curioso; pienso que mi madre ya sabía el trágico secreto, que yo descubrí después de una frenética investigación: Ningún mortal escapa de las fantasías. Cuando tenemos edad suficiente para dejar de lado a las hadas, fantaseamos con liderazgo, posición social y tarjetas de crédito. Salimos de un mundo presuntamente irreal para ingresar a otro igual de frágil y evanescente, al que tal vez asimos con las manos, pero sobre todo con las esperanzas y el deseo.
No importa, pues, si crecí anhelando ser el rey de los abismos. En nada me distingo del que soñó con ser director de telecomunicaciones. Los dos nos movemos por el impulso de fantasmas que difieren en forma, pero no en esencia. Y al final del día, el ser humano viene a definirse como el animal que fantasea, la única creatura que debe inventarse motivos para vivir, porque su hacedor fue tan cruel o tan sabio como para no darle uno.

viernes, 2 de marzo de 2007

Atardecer

A través de la ventana de mi habitación, observo un crepúsculo surcado por cables y antenas. Y en ese instante diminuto en el que mis dedos cesan su movimiento automatizado, mis hombros se sacuden el peso de una semana bochornosa, y todo mi cuerpo gira una fracción gradual para dejar que mis ojos se inflamen de naranja, en ese momento soy feliz.
Feliz por la muerte del sol, que acelera la cuenta regresiva de
mis propios días; por el silencio y quietud en los que se sumergen todos los vivientes; por esas tardes en que la luz crepuscular fue mi destino: ligero de ropas y equipaje avanzaba con rumbo hacia el oeste, dando los primeros pasos de un viaje que anhelaba no tuviera regreso.
Las luces rosadas y naranjas se disuelven poco a poco, y torn
an a púrpuras, morados y azules cada vez más cerrados. El cielo nocturno es como una piel oscura que mágicamente sana sus heridas y absorbe la sangre derramada por ellas en el ocaso agónico. El atardecer se ha ido.
Mi cuerpo gira un grado a la inversa, mis hombros reasumen el peso de los días y mis dedos vuelven a su movimiento automatizado. Mi espíritu es el de siempre.
Me consuela saber que el sol morirá mil veces más, en mil nuevos instantes de quietud y silencio. Y un día me traerá esa tarde donde la luz crepuscular será mi único destino: ligero de ropas y equipaje tomaré el rumbo del oeste, ya sin pausas, sin vuelta atrás, sin anhelos; sin necesidad de buscar consuelo en el próximo atardecer.


jueves, 1 de marzo de 2007

Bajo el influjo de la nicotina

No pienso dejar de fumar, aunque se me ocurren cientos de razones para hacerlo.

Ésta es sólo una de ellas:











































martes, 27 de febrero de 2007

Es mi primer día

Como dijera John Tolkien, "Fantasía es un terreno peligroso" y de entre todos los parajes fantásticos que podamos recorrer, ningunos serán tan temibles como los que brotan y se extienden sobre el propio interior. Pues si bien solemos cultivar pequeños paraísos, también albergamos ciénagas y levantamos mansiones tenebrosas piedra por piedra.
Todo esto habita en la fantasía por breve o largo rato, pero al
ser ella una facultad insaciable, que no cesa en su labor de gestar imágenes, los recintos de la mente llegan a saturarse y es necesario desalojar, de cuando en cuando, a ciertos inquilinos.
Este espacio se abre para recibir a esos fantasmas necesitados
de alojamiento. No habrá, por tanto, mucha información de primera mano sobre temas de interés actual, aunque sí se publicarán relatos, crónicas, datos e imágenes que de poco llegarán a servir y mucho, quizás, podrán desconcertar. Todo ello bajo el auspicio de internet (demos gracias por ella).
Bienvenidos, pues, a este blog. Si encuentran a esta primera entrada confusa, pretenciosa, o poco interesante, permítanme disculparme citando al buen Homero... Simpson, por supuesto: "Es que es mi primer día".