El primer día del año pensé en el héroe y conté sus hazañas. El segundo, le acompañé en el camino hasta el ocaso. Para el resto del tiempo, desearía hacerme una mejor persona con su ejemplo.
Aquí estoy, como siempre, donde nunca. Me fui tan lejos para encontrar lo que desde hace tiempo soñaba. Abracé la soledad para reencontrarme con todos. Y oré ante los túmulos reales por el regreso del héroe.
No he visto todo, ni si quiera mucho, para mí, lo suficiente. ¿Pero que puedo hacer entre tanto con estos ojos abiertos?
¿Cómo puede un instante soportar tantos recuerdos? En el microsegundo que toma saltar de un renglón a otro, desfilan ante mí las formas de lo que alguna vez fui. El cielo crepuscular de las vacaciones de verano, las clases de segundo de primaria, la primera lectura -sobre insectos y obsesiones-, los pasos trémulos a la orilla del mar, el fin del mundo, los Puertos Grises, el amanecer de soledad ausente.
Y vuelvo al texto, sus líneas me llevan por otros mares, veranos, temores y amaneceres, a los que otro día, en medio de otras páginas, recordaré tan nítidos y reales como el hecho mismo de que ahora escribo.