viernes, 31 de agosto de 2007

Viernes

Hoy todos parecen saber a dónde ir. Llueve, pero la gente sonríe mientras se arremolina en torno a bares y café. Otros vuelven a casa con los que aman o extrañan, y mientras surcan ríos de tránsito, sólo piensan en el breve descanso merecido. Yo simplemente cierro los botones de mi abrigo, desacelero el paso y camino bajo lo que se siente como suave rocío.

domingo, 12 de agosto de 2007

Adiós

Fue tan breve y sencillo que ni siquiera pareció afectarle. La palabra se deslizó naturalmente desde el fondo de la garganta hasta los labios, y éstos, luego de liberarla, sonrieron sin el menor viso de tristeza ni rencor. Lo mismo creyó ver en la faz de quien lo escuchaba.

Las emociones aparecieron lentamente, al enfrentar las situaciones y objetos cotidianos. En el bolsillo de la chaqueta encontró el pase del autobús que ya no tomaría de nuevo, al menos no para dirigirse al punto de encuentro; y por un instante apenas mesurable sintió una profunda e infinita soledad.

Otro día, por exigencias de la investigación, se sumergió en las páginas de un abstruso libro que había iniciado muchas veces sin acercarse remotamente al final. Hizo una pausa para dar sorbos al café y entonces sobrevino el rapto de memoria que lo llevó a otra mañana como esa, en la que también desmenuzaba las frases una a una para extraer la comprensión anhelada, pero a su lado una respiración monótona y tranquila se alargó de pronto en un suspiro, y él cerró el libro, y no le importó dejar la verdad para otro tiempo, pues la única certeza estaba en la mirada que para encontrarlo volvía del sueño. El recuerdo se fue; y por un instante que dejó mayor impronta en el tiempo se preguntó si todo lo que necesitaba saber estaba en el fondo de aquéllos ojos inmensos.

Y ocurrió al fin que cada trozo del presente –los cigarrillos, las nubes, el cuaderno de notas, el deseo— logró infundirle cierta dosis de nostalgia. Entonces, sólo entonces, advirtió que aquélla palabra de breve y fácil pronunciación había dejado una puerta abierta, y que por ella no sólo partió esa dulce y fascinante creatura que le devolvió la última sonrisa, sino que también se fugaban los viajes y trayectos, los despertares, las risas y placeres y hasta las horas en que el distanciamiento y el final eran lo más querido; y lo que se iba no era siquiera el recuerdo, era la posibilidad de alguna vez repetirlo. Comprendió además cuán engañosas pueden ser las palabras, pues aunque adiós se escriba en cinco letras y se nombre con sólo dos sonidos, no se realiza sino hasta que por esa puerta abierta sale el último de los fantasmas despedidos.