jueves, 2 de abril de 2009

Por no preguntar


¿A quién se sirve con el grial? ¿Por qué sangra la lanza? ¿Qué enfermedad aqueja al señor de este castillo? Si estas sencillas preguntas, fruto de la curiosidad y asombro que demostraría cualquier niño, se hubiesen formulado, el caballero triunfaría. Pero el bello jóven no preguntó y ese solo hecho precipitó al universo artúrico en la aventura más prodigiosa e inascequible de su historia.
En mi segunda lectura del Cuento del grial, hecha con más concentración y menos arrebatos de entusiasmo, me dio por pensar que las preguntas con las que Chretién de Troyes formulaba el reto de su último héroe no eran sino cuestionamientos filosóficos; ¿acaso no debía preguntar por la naturaleza del mundo al cual había ingresado? Me admiró además el hecho de que en versiones posteriores se pasara de la pregunta ontológica a la moral: "¿Qué puedo hacer por ti?" debía preguntar Perceval al rey pescador y ello bastaría para sanar al soberano y a su tierra.
He aquí un extraño viraje en la aventura caballeresca; después de que los héroes se probaran en la acción, se inicia una queste filosófica de la que difícilmente alguien saldrá airoso. Si tan sólo Perceval hubiese aprendido a preguntar.
Las recientes discusiones en torno a la pertinencia y utilidad de la filosofía me ha llevado a repensar que si algo bueno puede darnos esta disciplina es el enseñarnos a preguntar. Algo que parece simple, obvio y espontáneo, pero en lo que poco arte ponemos. Y entonces nos quedamos como el caballero del grial, confundiendo la discreción con la estulticia o la indiferencia.
Considero también cómo y dónde adquirimos el arte de preguntar. Recordemos que a Perceval lo perdió el consejo de su maestro y que fueron la introspección y la penitencia las que lo llevaron a darse cuenta de su error. ¿Cómo hacemos entonces los que enseñamos filosofía para no enviar a más héroes a fracasar en la prueba?
Por no preguntar alguien desató el colapso del mejor de los reinos. ¿Que nos pasará a nosotros, que de aquél ni siquiera somos reflejo, cuando al último curioso se le olvide qué es la duda?


2 comentarios:

Esponjita dijo...

Ande pues, que por no andar de preguntón, salió toda una novela.
De todos modos, yo me quedo con la extraña interpretación que tiene Lévinas del Quixote:
Todo mundo trata de convencerlo de que está loco, mientras va el pobre encerrado dentro de una jaula.
Entonces él, en nombre de aquellos por quienes hay que hacer justicia, renienga de esos "embrujos" que lo hacen dudar.
Así, dice Lévinas, la duda en que nos sumergió el genio maligno, y de la cual jamás hemos de recuperarnos, no debe evitarnos la ciega voluntad de hacer el bien.
Muchas preguntas, diría Rozensweig, nos dejarán sumidos en la inacción, porque hay ciertas creencias que requieren de la fe ciega, y que son fundamentales para movernos a la acción...

en fin, como sea, ya escribí en el Blog algo sobre el Objeto de Spelke, con todo y su link para abundar más en el asunto.

cuídese mucho, y no deje de preguntarse, que, bajo ninguna circunstancia, pretendería yo invitar a alguien a dejar de dudar... nomás me preguntaba si preguntar es lo correcto... ya ve, el eterno riesgo de las aporías y las paradojas que nos acompañan a los escépticos...

la esponja averroísta
(el asunto de averroes no viene al caso, pero es que mis ídolos son el tal Alejandro de Afrodisia, y el tal Ibn Rushd... o sea... me gustan los comentatarios)

. dijo...

No hay nada màs funesto para una persona sensible, que tener que formularse una pregunta sin respuesta. La màs terrible verdad no es tan nociva, tan enervante, tan extenuante, tan opresiva, como una pregnta que la inteligencia no pueda resolver y que abre toda puerta a la duda.