domingo, 6 de enero de 2008

De un atardecer

Ni el frío ni el fuerte viento fueron razones suficientes para que abandonaran la terraza durante aquel atardecer. Todo el calor y resguardo que podrían necesitar lo encontraban en ese vínculo de quietud y silencio que los había unido desde el primer encuentro.
Con cuidado y sin prisas, él llenaba una pipa con un tabaco fuerte y aromático, mientras ella contemplaba las parvadas de pájaros que volaban hacia el este y pensaba cuanta dicha existe en el acto de partir.
Cuando exhalaron la primer bocanada de humo todas las nubes del cielo se habían teñido de rojos y la última parvada trazaba su ruta en el horizonte. Chocaron las copas y sin hablar brindaron por una tarde más. Y es que no había necesidad de intercambiar muchas palabras. La verdad que importaba de antemano la conocían: La belleza y la dicha de aquél instante radicaban en el hecho de que terminaría y de que sus manos, ahora entrelazadas, dentro de poco asirían tan sólo al viento.

No hay comentarios: