martes, 8 de abril de 2008

Autobiografía

Cada vez que intento hablar seriamente sobre mí, termino mintiendo. Como en la primaria, cuando debía escribir composiciones sobre mi familia para la clase de inglés. El tema eran casi siempre mis hermanos, los cuales por cierto no tengo. No obstante, mis distintas teachers de la lengua británica conocieron respectivamente a Claudio, Arturo, Jairo, Ismael y Ricardo, los fantasmas que a buen tiempo fungieron como los primogénitos o benjamines de mis también ficcionalizados padres.

En la adolescencia la invención obligada era el compañero sentimental. El hecho de que una joven tímida y fea estuviera sola era tan lógica y empíricamente posible como que lloviera en verano. Sin embargo, amigas, compañeras y enemigas disfrutaban por igual cuando les cotaba de Paco, Gilberto y Pablo; personajes excéntricos, extrañamente talentosos, con aficiones tan simples como el malabarismo y, sobre todo, fantásticamente feos (Pablo no tanto, él se parecía a Thom Yorke).

Al crecer, el ámbito de las mentiras se limitó a los relatos sobre el pasado. Y a medida en que las conversaciones reales giraron más en torno a imperativos categóricos o a guías de viaje que debía escribir o editar, la necesidad de componer historias para justificar mi existencia fue disminuyendo.

Y ahora ya no miento. Ahora simplemente ya no hablo de mi.

1 comentario:

Esponjita dijo...

NO. eso está muy mal. Hay qué ponerle remedio.

¿Cómo ha estado tu Hipogrifo? El otro día pasé por la tienda Mascota de Miguel Ángel de Quevedo, y vi que ya trajeron croquetas para Hipogrifo...
Vendían también huevos de Fénix, y pensé en llevarte uno...

La esponja

PD:1 bolillo y chupacabras te mandan saludos.
PD:2 ¿no será más bien que al fín nos pisó los talones la maldita madurez?