domingo, 27 de abril de 2008

Desilusión

La vida podría entenderse como un largo proceso de desencanto. Y no lo digo con afectado pesimismo. Uno de los motores principales del fenómeno de la madurez, consiste en el reconocimiento de que la mayoría de las cosas no son como alguna vez creímos que eran y menos aún como desearíamos que fuesen. Y así, cuando llegamos a la mitad del camino de la vida, nos movemos dentro de un ámbito infinitamente reducido, en el que aparentemente podemos contar con una cierta capacidad para prever y dominar las situaciones.

No obstante, la existencia de las desilusiones no es lo que me sorprende; me inquieta la humana incapacidad para aprender de ellas. A fin de cuentas, no aceptamos del todo un mundo desencantado, y si ya no confiamos en dioses y paraísos, al menos dirigimos nuestra última reserva de esperanzas a entidades igualmente numinosas y fantásticas, pero eventualmente presentes y en consecuencia más asequibles. La amistad y el amor, los vínculos y proyectos, y cientos de otras cosas semejantes que desaparecen apenas se tocan, pero cuyos espejismos son tan auténticos que no sólo nos llevan a creer en su existencia, sino que además nos hacen confiar en que volverán.

Y es que no importa cuan hiriente sea la traición ni cuan sonora la derrota. Después del breve o largo periodo de cura, es casi inevitable que volvamos a tender la mano al extraño amigable y que cultivemos con renovado celo la gran idea que nunca será. Pues al parecer la desilusión o el triunfo son factores accesorios. En el largo proceso de desencanto que es la vida, no impone tanto el desencanto como el proceso.




1 comentario:

Esponjita dijo...

Bueno... hay una foto que me sorprendió hace algunos años. Detrás del muro que divide Israel de Palestina, había, entre escombros, la celebración de una boda. ¿Quién podría pensar en realizar un rito de vida rodeado de muerte?
Hay una bella imagen en "Las cuitas del Joven Werter" de Göethe: el joven adolescente enarmorado, ve a lo lejos unos cerros azules. Salta de la diligencia y corre hacia ellos. Pero cuando llega, éstos siguen siendo tierra y yerba común. Se siente desilucionado.

Lo que ocurre, es que en el mismo libro Werter está furibundo con el mundo: contra los pueblerinos, contra la mujer que no le corresponde, contra su mejor amigo, el esposo de tal mujer. Entoces abre la Iliada y dice: "pero ellos no puede quitarme el placer que me da mi Homero".

Me metí a clásicas por eso. Y no, Homero no me ha desilusionado. La cosa, mi querdia hostelera, es, como dirían epicureos y estoicos, saber en dónde se apuesta la ilusión....

Una chorera esponja