domingo, 25 de marzo de 2007

Enemigo imaginario

Cruzaba la calle rumbo al café de siempre y entonces lo vi ahí, justo afuera de la tienda de espejos. Fingí absoluta inconciencia y seguí adelante, pero no había rebasado la zapatería -lo que no hacía ni la mitad de mi camino- cuando debí admitir la situación en toda su gravedad. El infeliz iba tras de mí, obligándome a enfrentar su presencia cada vez que miraba por sobre mi hombro para ver si al fin lo había perdido.
No había persona en el mundo a la que odiase más. ¿Por qué? Lo ignoro. ¿Y quién sabe con exactitud lo que nos mueve a detestar a un ser humano hasta el punto de querer exterminarle, o bien a quererle con irremediable celo? El caso es que aquél hombre de ojillos mustios, espalda encorvada y caminar errático me parecía la creatura más repulsiva de la tierra y en ese día funesto maldije mi suerte una vez más, pues mi destino, al parecer, era encontrarlo dondequiera que fuese.
Doblamos la esquina del café juntos. Así lo digo, porque ahora prácticamente iba a mi lado. No pude soportarlo más. Me di la vuelta para encararlo y sin contener la ira pregunté:
- "¿Qué haces aquí? ¿Cómo es que te atreves a seguirme?"
Debió murmurar algo, pues noté con claridad que sus labios se movían. Pero lo hizo en un tono tan bajo que no escuché. ¡Diablo apocado!
- "¿Nada contestas? -repliqué- Andas conmigo el camino entero para ver cómo tu presencia me vuelve loco, y cuando al fin te increpo no haces más que balbucear. ¿Por qué no gritas de una vez todo tu odio? ¡Hazlo! Al menos ten el valor de herir como un hombre, y no de fastidiar como un insecto.
Si lo hubieras visto entonces, comprenderías porque debí hacer lo que hice luego. Seguía moviendo los labios sin emitir ningún sonido. Pero esto fue lo peor, ¡empezó a copiar mis gestos! ¿Qué ser humano, dime, hubiera soportado eso, ver que su peor enemigo se convertía en su reflejo? Fuera de mí por completo, me deshice en improperios y reclamos.
- "¡Miserable! -aullé- ¡Fuera de mi vista! ¿No ves lo que me haces? ¡Siempre tú, al acecho, a mi lado! Tú. ¡El que arrancó de mis manos la fortuna, la dicha, la tranquilidad, la única oportunidad de amar!"
Una locura, quizás, ¿mas no habrías hecho tú lo mismo? El monstruo seguía representando su odiosa pantomima. ¿Tanto le divertía burlarse de mí, en vez de enfrentarme? ¡Pues no lo haría ni un segundo más! En mi auxilio vino la oportuna presencia de un adoquín flojo que se desprendió por completo al menor movimiento de mi pie. Lo levanté con presteza y en un segundo volaba directo a su rostro. Jamás entenderás la dicha que invadió mi ánimo, ni lo ligero que se volvió mi cuerpo, cuando su imagen, mil veces maldita, salto en pedazos, junto con el ventanal izquierdo de la cafetería.
Agradecido, como el que deja la cama luego de una larga y penosa enfermedad; fresco y atento como quien despierta de un reconfortante sueño; así crucé la puerta del establecimiento. Me dirigí a la barra, pedí un café cargado, encendí un cigarrillo, y así, con la tranquilidad del homicida, me senté a esperar a quienes habrían de llevarme preso.

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