domingo, 11 de marzo de 2007

Tiempo congelado

¡Qué días los del tiempo congelado! Cuando el sol amenazaba con jamás ponerse. Cuando parecía que aquel río nunca mudaría sus aguas y que por una eternidad te bañarías en ellas. En esos días te sentabas frente a la ventana y tus ojos querían llorar por la inmovilidad del pasaje. Pero tu cuerpo inerte no fluía llanto alguno y la tristeza también se hacía de piedra.
¿Qué preguntabas entonces? ¿Qué pedías? Seguramente anhelabas una imagen del futuro que te dejara ver si en veinte años, si en ciento veinte, si en mil, tú seguirías ahí sentado, contemplando una vida suspendida y preguntando cuándo vendría el cambio avasallador a esparcir tus cenizas, tal como el viento deshace un castillo de arena.
Te llenabas luego de temor: "¿Será el cambio una fantasía más de la razón humana? Pues en mi rostro la felicidad no ha hecho surcos, ni ha teñido a mis cabellos la experiencia; y ese dolor primigenio que me arrojó al mundo se resiste a crecer hasta llegar al punto de volverse alegría. Devenir eterno, ley del mundo, ¿por qué te has olvidado de regirme?"
Y en vano tratabas de implorar. En aquellos días del tiempo congelado no sabías que tus ruegos también eran estatuas. Pero ignorabas, de igual forma, que dentro de muy poco, un huracán arrasaría tus costas quietas. El viento te arrancaría de tu silla y tu ventana y las olas te abrazarían en su incesante bamboleo. E irías al fondo del mar, a los linderos del cielo, contra las rocas, y al vientre de la ballena. Y estarías exhausto, y confundido, y desgarrado, y feliz.
Pero en aquellos días, ¿cómo ibas a saberlo? Si faltaban las ráfagas, los truenos, las heridas, que despertaran por fin al tiempo congelado.

1 comentario:

Lobo-X dijo...

Reinaba la congoja en mi interior, y esta entrada reemplazó ese sentimiento por nostalgia. Siento que gané con el intercambio, pero... ¿porqué me siento ahora tan vacío? ¿Será la consecuencia de un día entero de procrastinación? Ahora estoy diminuto, olvidado, insignificante; creo que es hora de levantarme de mi asiento e ir a la panadería por mi pastel favorito, disfrutarlo mientras veo los Simpson y tratar de recuperar algo de ese yo que he perdido.